Y miro a la derecha. Al final de la barra.
El nazareno que tristea mientras ve su cerveza.
Por lo general no suelo hablarles a ese tipo de ebrios. Los evitas, los tomas de loco en el metro y lo ignoras en el templo.
Pero parece amigable, tal vez si me tomo el tiempo necesario para escucharlo.
-¿Qué cuentas amigo?
Su cara luce apagada, pero le da algo de color toda la sangre que escurre de su frente.
-Yo ya conté todo lo que debía de contar…
Le invito otra bebida. Yo pido otra.
-Vamos, anímate. Ya paso lo peor.
Solo toma. Valla que le encanta el vino.
-Como quieres que la gente te entienda si hablas en parábolas… nadie entiende las matemáticas.
La cerveza se le va por la nariz. Escupe por toda la barra. Salpica al cantinero y a mí. Tiene mucho que no lo veía tener una reacción humana. Ríe y escurre alcohol mezclado con saliva.
El ambiente se tranquiliza. Platicamos como dos viejos amigos. Que el clima. Que como quedo la seleccion. Que las tetas de las hermosas meseras.
-¿En qué me equivoque?
-Te tomaste tu papel demasiado enserio. Pero nadie escucho la moraleja.
Pido más tragos.
-¿Qué debo hacer?
-Lo que debiste hacer hace mucho tiempo.
Salto la barra, tomo la escopeta debajo de la caja y mato al cantinero.
-Mátalos a todos. Abogados, blancos, curas, raperos, artistas, yogis, maricones y santos… A cada uno de esos hijos de puta que aceptan tu sangre pero no entienden ni una de tus palabras.

-Todos esperan la segunda venida del señor. Piden por ella. Ruegan por ella. Se flagelan por ella. Dales lo que quieren.
Tomo dos botellas las abro y sirvo.
-No les vengas con amor… descienden de los cavernícolas. Ellos solo entiendes golpes.
Toma lentamente el arma. Sus manos tiemblan; no sé si es la emoción o el que tenga tremendos agujeros.
-No pongas gente a trabar por ti. Si quieres sus almas ve tú y tómalas.
Aprieta el arma.
Toma un largo trago de la botella.
Levanta el arma, entre mis ojos ahora se encuentra un tubo humeante.
-¿Qué te pasa? ¿Estás loco?
Titubea. Valla nena.
-En la cara no. No me quiero ver como Kurt cuando llegue al cielo.
Baja a mi pecho. Dispara.
Impacto contra las repisas que tienen el preciado licor. Se mexcla con mi sangre; estoy mejor, la ultima vez que hicieron sangrar a Jesus solo le dieron un poco de vinagre. Yo puedo escojer entre varios tipos de destilados.
Valla que soy afortunado. Saludare a San Pedro ya con la fiesta.
-Así me gusta, hijo.
Sale con sus dos nuevos instrumentos de predicar. La inquebrantable fe del Rifle y la verdad del vino.
Y otra vida que encuentra su camino…